Nuestro acompañamiento


En función de cómo nos relacionemos con los bebés y sobre todo, de cómo atendamos sus demandas y necesidades, se creará un tipo de vínculo diferente: seguro, evitativo, resistente o desorganizado.

El más adecuado de cara al desarrollo psicológico y social futuro es lo que se conoce como vínculo de apego seguro, este se crea cuando el adulto (la figura de referencia) interpreta correctamente las demandas del bebé y responde a ellas, está en sintonía con él, le proporciona tacto, protección… 
El vínculo es una adaptación mutua 
adulto – bebé y bebé – adulto; que necesita TIEMPO, PROXIMIDAD y ATENCIÓN.


En un desarrollo adecuado del vínculo no cabría querer acelerar procesos como que “se acostumbre” a NO estar en brazos, a dormir solo… porque es una necesidad de los niños y las niñas.

Este vínculo que se empieza a formar en la primera infancia condicionará las relaciones que el niño tendrá en el futuro y su forma de responder a ellas, será la base de su equilibrio emocional.

Y aunque os esté explicando cómo se forma el vínculo hablando de los primeros años, este no es algo exclusivo de los bebés o de los niños pequeños, sino que dura toda la vida. Este vínculo se vuelve más intenso cuando la persona, tenga la edad que tenga, está en peligro, asustada, enferma… Seguro que si lo pensamos nos salen bastantes ejemplos de momentos en los que los adultos recurrimos a nuestra figura de referencia cuando nos encontramos en estas situaciones… o ¿Cómo prefiere estar un adulto cuando está hospitalizado?


Cuando un bebé y su cuidador principal (que suele ser la madre) establecen un vínculo seguro, el bebé sentirá la necesidad de EXPLORAR el entorno, de irse alejando de su figura de referencia y de esta forma, en interacción con el entorno, moviéndose, descubriendo los objetos, sus cualidades y posibilidades, irá APRENDIENDO, eso sí, cuando el bebé sienta que algo puede ponerle en peligro, regresará junto al adulto.

Es gracias a esas necesidades satisfechas desde los primeros momentos, esa sintonía entre el adulto y el bebé, las que permiten que el niño tenga la SEGURIDAD AFECTIVA suficiente como para centrarse en explorar el entorno, en aprender, PORQUE SABE QUE EL ADULTO VA A ESTAR AHÍ SIEMPRE DISPONIBLE y eso teniendo en cuanta de dónde venimos, garantiza su supervivencia.

La autonomía  por lo tanto, no se puede forzar, no se puede “trabajar”, no se puede acelerar, es el niño el que la conquista apoyándose en su figura de referencia. Los intentos de “hacer mayor” al niño o a la niña crearán más miedo e inseguridad y necesitará más al adulto porque no está preparado para ello.

Un vínculo seguro es pues, la base para comenzar a explorar, a conocer el entorno y por lo tanto a aprender. Este proceso se debe cocinar a “fuego lento” atendiendo las necesidades del bebé. Y con una base sólida, será el niño, en función de sus necesidades, el que irá conquistando la autonomía. Sin olvidar que cada niño es diferente y que este proceso dura tiempos diferentes.


Pero si la autonomía la intentamos acelerar, forzar, enseñar, "trabajar"… conseguiremos el efecto contrario, mayor inseguridad y dependencia.

Ante comentarios como: “No lo cojas, que se acostumbra” “Tiene mamitis” “No lo vas a sacar nunca de tu cama” “¿Aún toma teta?” “¿Tan grande y en brazos?” “Tienes que empezar a dejarlo con otras personas” …

Nada mejor que comprender de dónde venimos y cómo nos desarrollamos. “No se conquista una verdadera autonomía sin respetar la dependencia.” 


Laura Estremera Bayod

Si quieres profundizar en el tema puedes leer mi libro Ser niños acompañados 


Las fotos de esta publicación son de los inicios de Ainhoa Fandos fotografía