Los cuidados cotidianos en la pedagogía Pikler

Como muchos ya sabéis este verano realicé la formación oficial de la pedagogía Pikler: cuidados respetuosos, con la fundación Lóczy por los niños de Hungría.


En esta entrada os quiero explicar qué es eso de los cuidados cotidianos, pero antes de nada os voy a explicar de forma breve qué es esto de “Pikler Lóczy”.

Después de la segunda guerra mundial muchos de los niños quedaron huérfanos, por aquella época se pensaba que lo único que necesitaba el ser humano para desarrollarse era atención médica y alimentación así que era lo que hacían en lo orfanatos, pero a pesar de ello, los bebés, los niños y las niñas morían, sufrían el llamado síndrome de hospitalismo. El ser humano para desarrollarse de una forma armónica necesitaba amor, necesitaba un vínculo con un cuidador principal y eso es lo que les faltaba a los bebés y a los niños y niñas de los orfanatos.

En el año 1945 Emmi Pikler, una pediatra con una mirada diferente hacia la infancia en aquella época comenzó a dirigir un orfanato, concretamente en la calle Lóczy. Esta pediatra consiguió crear las condiciones para que los bebés y los niños se desarrollaran sin sufrir el famoso síndrome de hospitalismo a pesar de crecer en una institución. 

Su pedagogía se sostenía sobre 2 pilares, que eran las caras de una misma moneda: la calidad de los cuidados, que es de lo que os voy a hablar y el desarrollo de la actividad autónoma.

La calidad de los cuidados cotidianos
Pikler descubrió que en las situaciones de cuidados (la comida, el cambio de pañal, de ropa, al limpiar los mocos, las manos… situaciones que se repiten muchas veces al cabo del día) se construía la relación, el vínculo, aquello tan necesario y valioso para los niños y niñas criados en una institución (y también para los niños y niñas que asisten a la escuela infantil)


Pikler creó por lo tanto una técnica uniforme para realizarlos de la forma más respetuosa y agradable para los niños y niñas. Una manera precisa de cogerlos, de cambiarles el pañal, de lavarles las manos, de limpiarles los mocos, de darles la comida, de actuar en las situaciones de sueño, de conflictos… Esta técnica uniforme era especialmente importante al tratarse de una institución y ser varios adultos diferentes los que realizaban las situaciones de cuidados. Pero no creáis que esta técnica uniforme convertía los cuidados en algo mecánico y despersonalizado ¡al contrario! La técnica uniforme favorecían la cooperación del bebé, el niño y la niña, estos no permanecían pasivos durante los cuidados ni por el contrario reacios, esta técnica uniforme les permitía anticipar lo que iba a pasar y por lo tanto participar de forma activa desde muy pronto, sintiéndose competentes, eficaces, que podían modificar el entorno, porque el adulto también modificaba su técnica en función de lo que observaba en cada niño o niña (hasta donde subir una cremallera, qué ritual hacer primero…) de esta forma, los peques adquirían progresivamente una autonomía verdadera, real, por placer. 

Cuando ya sabían realizar las situaciones de cuidado de forma autónoma el adulto permanecía presente, prestándoles atención, no se iba a hacer otras cosas; porque en estos momentos de cuidados era donde se construía y mantenía la relación adulto – niño/a.




Cuántas veces habréis visto en las escuelas a adultos de pie dando de comer a los peques sentaditos en la mesa desde atrás, limpiar los mocos sin avisar de lo que se les va a hacer, cambiar los pañales a prisa y corriendo luchando contra la tensión muscular de los peques para poder dedicar el tiempo a otra cosa “más importante”, llevarlos cogidos por la muñeca o  el brazo en vez de por la mano, moverlos cuando están sentados estirando de sus piernas sin avisar, inmovilizarles los brazos durante las comidas para que no golpeen la cuchara… este tipo de prácticas hacen que las situaciones que deberían de ser de tiempo compartido con el adulto, de construcción de vínculo, de progresiva autonomía, se conviertan en situaciones desagradables para los peques.



Los cuidados cotidianos son situaciones individuales (progresivamente algunas se vuelven semi individuales, como la comida) que se realizan cara a cara, donde se intercambian miradas, donde el adulto presta plena atención a lo que hace y al niño o niña (no se interesa sólo porque coma o que el culo está limpio, está con la globalidad del niño/a). Son situaciones que siempre se anticipa lo que se le va a hacer y se espera la respuesta del niño/a, por mínima que sea, aunque sólo sea un gesto; situaciones en las que se respeta el ritmo individual (cuánto llenar la cuchara, con qué velocidad ofrecerla, qué cantidad quiere comer…); situaciones en las que los gestos del adulto son lentos, suaves, delicados, agradables, respetuosos para que el bebé, niño o niña se sienta a gusto, se relaje y coopere. 




En definitiva, no se trata sólo de quitar mocos, dar de comer, cambiar pañales, cogerlos en brazos, lavarles las manos, cambiarles la ropa, sino en cómo se realiza, de qué forma hacerlo para que sea lo más agradable para los pequeños y en entender que en estos momentos individuales, se construye el vínculo con el educador.

Laura Estremera Bayod


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